Los 52 Cuentos: ¿Salimos?

Y como señala el Consejo No. 1 de Ray Bradbury para escribir, hoy empezamos con un proyecto que he dado en llamar Los 52 Cuentos. Soy la primera en admitir que soy pésima acortando mis historias pero este ejercicio que va sobre escribir (cuando menos) un cuento por semana durante un año pretende ayudarme a superar esta situación además de probarme que aún soy capaz de crear. 

Hace una semana me topé con (prácticamente) todos mis manuscritos: un cuaderno de primaria con un pequeño bestiario, algunos ejemplares de El Chisme Cachetón, el periódico que escribía con mis primos y que incluía hasta cómics, los restos de mi fanfic de Harry Potter y el de Las Crónicas Vampíricas para el que incluso armé un álbum con algunas de mis canciones favoritas, algunas impresiones de El Bar del Sueño, la primera versión completa de Sol de Plata y los mil y un intentos de armar mi historia innombrable. Fue precioso pero… me deprimí al darme cuenta que llevo años atrapada en las mismas historias sin darles la forma que deseo realmente.

Ya basta.

Me debo a mí misma la creación de historias, personajes, lugares y situaciones a los que en  mi necedad no me he enfrentado así que, si el Señor Bradbury tiene algo de razón, mi capacidad creativa debe verse satisfecha si acepto el reto.

Sin más rodeos, he aquí el primer relato (sí, se supone que es un cuento pero nunca he entendido cuál es la diferencia esencial entre un cuento, un relato corto o incluso una novela corta pero intentaré averiguarlo mientras esto dure). Se titula ¿Salimos?

 

No tuve que esperar demasiado antes de que una sonora notificación en el móvil me anunciara un mensaje del muchacho con el que había estado conversando prácticamente a diario hacía ya un mes.

«¿Estás libre hoy?», «¿Todavía estás en la oficina?», «¿Salimos?» me preguntaba una y otra vez. 

Al principio respondía tajantemente «Lo siento, no puedo» o «De verdad estoy muy ocupada», incluso llegué a decir «Para ser honesta, no deberías estar interesado en mí si sabes lo que te conviene» pero eso sólo lo incitó más.

No nos conocíamos personalmente aunque llevábamos mucho tiempo siendo amigos en Facebook y realmente no cruzábamos palabra más que de vez en cuando hasta que de pronto él mostró un repentino, casi inexplicable interés en mí.

Cuando comenzó, contestaba sus mensajes por mero encanto a mi ego; no importa quién seas, los halagos de un desconocido siempre son bien recibidos,  aunque una pequeña parte de mí deseaba cortar con aquello. No obstante seguí e inevitablemente nuestras conversaciones me permitieron desvelar al muchacho que letra a letra se iba convirtiendo en el objeto de mi interés hasta que brotó de lo más profundo de mi ser la sonrisa que inequívocamente me indicaba que él era adecuado. 

En realidad era más que adecuado, era ideal.

Así que finalmente acepté sintiendo cada fibra de mi cuerpo estremecerse ante nuestro encuentro.

Acordamos el punto de reunión bien entrada la noche bajo el resguardo de la Luna Llena. Él llegó cargando un ramo de rosas rojas que rechacé de inmediato «Lo lamento, soy tremendamente alérgica» así que el muchacho, en parte apenado, en parte decepcionado, tiró las flores a la basura en un gesto tan trágico que me hizo soltar una carcajada y decidí que debía compensarlo, lo besé sin mediar palabra.

No me tomó más de un segundo comprobar que él era en efecto ideal y lo convencí sin problemas de acompañarme de regreso a casa.

Sabía lo que pasaba por su mente, la química del cerebro produce diversas reacciones evidentes en el resto del cuerpo y aunque la química de mi cerebro me enviaba un sin fin de estímulos, puedo asegurar que nuestros pensamientos eran radicalmente distintos.

Al llegar a casa él apenas podía contenerse, ni siquiera notó las cubiertas de plástico en todos los muebles mientras yo me despojaba de la ropa guardándola en una bolsa de plástico que ya llevaba en la bolsa de mano, él hizo lo propio abandonando sus prendas ahí donde cayesen. Su excitación era tremenda y me pareció muy divertida así que volví a reírme de corazón ¡Cuánto iba a disfrutar esto! Él interpretó mi risa como una invitación y me pasó las manos alrededor de la cintura atrayéndome contra su cuerpo que desprendía el aroma más exquisito. Me permití degustar el sabor salado de su piel mientras su respiración se agitaba más y más.

Una vez que estuve embebida de él, mis dientes hicieron caso a mi hambre, sólo podía pensar en su carne, caliente y jugosa. De una mordida me hice con su hombro derecho que tragué en el más absoluto éxtasis mientras la sangre salpicaba todo alrededor y el muchacho se revolvía gritando asustado intentando escapar de mi letal abrazo. No pude más que sonreírle dulcemente antes de dar el siguiente bocado a mi deliciosa cena.

Sus aullidos doloridos, mis gemidos de placer, sus súplicas por piedad, mi garganta gruñendo extasiada al sabor de la sangre, sus manotazos desesperados y patéticos buscando la salvación y lágrimas, las suyas y las mías brotando por motivos absolutamente contrarios: su muerte, mi vida. Aquello fue todo cuanto percibí mientras engullía su cuerpo. 

Sí, aquel muchacho que había venido libremente a mí era la presa perfecta, un ingenuo que por aburrimiento deseaba poseer a una mujer distinta a la muchacha que lo amaba incondicionalmente y que acudiría sin chistar a la guarida de un depredador como yo.

Ni siquiera noté cuando murió, ya estaba dando cuenta de sus entrañas cuando su corazón se detuvo, siempre me reservo el cerebro y el corazón para el final así que continué devorando ávida su piel, los fuertes músculos de sus piernas y espalda y hasta los huesos. Comí, comí y comí hasta que no quedó nada más que la sangre que salpicó el plástico y su ropa arruinada. 

Suspiré con cierta melancolía, en el fondo iba a extrañar nuestras conversaciones, pero se lo advertí, no debió haberse interesado en mí.

Saqué el móvil de mi bolsa y revisé la lista de noticias con la esperanza de encontrar ahí a mi próxima cena, lo hice más por inercia que por necesidad, después de todo me quedaba tiempo hasta la siguiente Luna Llena.

Fin.

Así termina el primer relato, de pronto se antoja convertirse en depredador en vez de víctima y qué mejor que un monstruo supeditado a la luna para serlo. Espero que la historia haya sido de tu agrado mi adorado lector y toda la retroalimentación es bienvenida así que siéntete libre de hacer cualquier comentario. Por ahora es todo y me despido con la canción que escuchaba mientras la idea venía a mí: To Die For de The Birthday Massacre.

Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. 

 

 

 

 

 

 

 

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