Los 52 Cuentos: Noticias Frescas o Un Sacrilegio

15 de Agosto de 2014

Nótese que me tomó una eternidad poder terminar este relato (merde)

En la mitología nórdica, el Ragnarök es la batalla apocalíptica en la que perecerán todas las creaciones del universo en una serie de catástrofes de proporciones inimaginables.

No sé si has visto las noticias últimamente pero el panorama no podría ser más propicio para concebir un caos semejante: miles de personas indefensas asesinadas en Gaza, la inestabilidad de una Rusia que parece dispuesta a empezar una guerra a la menor provocación, E.U. como siempre enviando tropas a algún país lejano con un pretexto ridículo, la probreza que aqueja a millones de personas en todo el mundo, la violencia y el miedo que cada día van ganando más terreno en nuestro país… y por si todo esto no fuese suficiente para helar la sangre, de pronto pareciera que el temor y la angustia que siglos atrás experimentaron los pueblos de Europa ante la Gran Peste, podría extenderse a todos los habitantes de la Civilización Global.

El título del segundo relato que debía crear como parte del ejercicio que dio lugar a Los 52 Cuentos es «Noticias Frescas» pero no hace mucho (una semana exactamente) recibí en el teléfono el mensaje con la noticia de que la OMS acababa de decretar una alerta mundial por el brote de Ébola que está acabando con muchísimas vidas en África.

No tuve más remedio que cambiar radicalmente lo que haría con este relato… y no ha sido cosa fácil, de hecho me ha resultado perturbardor por decir menos.

Sólo por establecer un contexto, el Ébola es una enfermedad infecciosa viral que produce una fiebre hemorrágica que en el 90% de los casos es letal, no hay una cura porque el virus requiere ser estudiado en laboratorios con niveles de seguridad altísimos de los cuales, por supuesto, no hay en África, además los protocolos de higiene exigen que a los muertos no se les realice autopsia sino que sean incinerados a la brevedad puesto que todos los fluidos de los cadáveres son altamente infecciosos y ponerse en contacto con ellos es prácticamente sentencia de muerte… Y no, no es una muerte pacífica.

Durante el periodo de incubación del virus, que puede ir desde un par de días hasta dos semanas, los infectados padecen toda clase de malestares: escalofríos, dolores de espalda, diarrea, dolor de cabeza, náuseas y vómitos hasta que sobreviene lo peor, lo que sin duda encaja a la perfección con La Máscara de la Muerte Roja de Edgar Allan Poe, las personas mueren en medio de sangrados por nariz, oídos, boca y recto, los aquejan dolores agónicos y la piel empieza también a sangrar acabando con la vida del desdichado portador. Es horrible pero esta vaga descripción no salió de la imaginación de un perturbado genio, es una enfermedad real que en este preciso momento, mientras lees mis palabras, está cobrando varias vidas del otro lado del mundo.

Da miedo ¿verdad?

Y sí, cabe la posibilidad de que esta «Muerte Roja» corra con rapidez por todo el mundo sumiéndonos de nuevo en el humor de la Dance Macabre… El tema es fascinante, de verdad; hay una belleza mórbida en los grabados que muestran esqueletos bailando, los relatos que reflejan el pavor e ignorancia de quienes sufrieron el horror de La Peste e incluso los dichos que nos han sobrevenido hasta hoy (por ejemplo ¿alguna vez has oído que alguien le dice «Jesús»  a quien estornuda? Esta es una costumbre venida de tiempos de La Peste ya que uno de los síntomas iniciales eran los estornudos y se creía que invocando el hombre de Jesús se protegía de contraer la terrible  enfermedad)

Con mi relato de esta ocasión en cierto modo cometo sacrilegio pues el ya mencionado relato de Poe me ha servido de macabra inspiración. Debo considerarlo ante todo un homenaje que no pretende siquiera emular el genio del maestro, es un simple ejercicio que ha canalizado una inquietud surgida de los pavorosos acontecimientos actuales, así pues, he aquí Noticias Frescas: 

La debilidad humana había quedado absolutamente evidenciada ante la devastación provocada por la terrible enfermedad conocida en todo el mundo como La Muerte Roja.

En las calles sólo se escuchaban los desgarradores lamentos de quienes habían perdido familia y amigos y aguardaban para sí mismo el fin cuya única estampa era la sangre: desconsolados llantos de niños que no comprendían el origen de los terribles dolores que les atenazaban y no tenían a nadie que les brindase consuelo y los murmullos de quienes creían que elevando sus súplicas al cielo conseguirían la salvación de lo que se les presentaba como el verdadero Apocalipsis.

De nada habían valido las precauciones y medidas sanitarias tomadas por todas las naciones del mundo, La Muerte Roja cubrió con su mortaja salpicada de sangre a políticos, clérigos, empresarios, oficinistas, artistas, campesinos, comerciantes y prostitutas por igual. Lo que hasta hacía poco había sido conocido como ‘Civilización’, estaba siendo aniquilada con rapidez y certeza y no había nada que pudiese detener el letal avance del mal. De nada había servido su cómodo sistema de información y satisfacción inmediata de las necesidades, en menos de seis meses el mundo retrocedió setecientos años en su historia… y a nadie, excepto por Antonio Carbajal parecía importarle.

Sólo unas semanas atrás, Carbajal había sido el CEO de una de las compañías más importantes del mundo. Cuando La Muerte Roja se propagó por el planeta con la velocidad del Sistema Global de Mensajería, Carbajal tomó la decisión más obvia: encerrarse en su búnker de sanidad controlada con nivel de seguridad cuatro. Al diablo si la humanidad entera se iba al carajo, él sobreviviría a salvo encapsulado disfrutando de la comodidad y seguridad que su estéril refugio podía brindarle a él y sólo a él.

El búnker tenía todo lo necesario para que sobreviviese cómodamente dentro durante los siguientes treinta años: un sistema de energía autosustentable de última generación altamente eficiente, una bodega con provisiones variadas y suculentas escogidas por él mismo, suficientes para alimentar a una ciudad entera, un comodísimo dormitorio cuya decoración podía adaptarse a su humor gracias a un sistema de proyección en Ultra Full HD que podía ofrecerle la ilusión de encontrarse en donde él quisiera, una biblioteca con miles de volúmenes de todo tipo, un baño que era abastecido por su propio manantial, un gimnasio en el que incluso montó un sauna y una computadora central que controlaba todas las funciones del búnker y que además le permitía mantenerse informado en todo momento de lo que ocurría en el exterior.

Los estragos de La Muerte Roja le traían sin cuidado, sólo deseaba saber en qué momento sería seguro dejar el búnker y retomar el control de la empresa que, bajo su guía, habría de construir un nuevo mundo para quienes, como él, hubiesen tenido la prudencia de procurarse un refugio seguro y alejado de la inmundicia que se llevaría a las masas. Aquella era la verdadera supervivencia del más fuerte.

Era una suerte que no tuviese que compartir aquel oasis de seguridad con nadie además de su miserable alma, nunca le había interesado el matrimonio y no tenía familiares cercanos vivos y aún si los hubiese tenido, probablemente los habría abandonado a su suerte. Sólo había una persona en el mundo que le importaba: él mismo.

Así, Carbajal empezaba todos los días comprobando el estado del mundo exterior a través de los múltiples monitores instalados en el búnker que vomitaban indiferentes las hórridas imágenes de los cadáveres que atestaban las calles. Nueva York, Tokyo, París, Londres, Sydney, daba igual en dónde se mirase, La Muerte Roja posaba su letal beso en los labios de los humanos ahí donde existiesen… pero el CEO contemplaba aquello bostezando mientras se preparaba bagels con huevos y tocino.

Pasó así un año, la enfermedad continuaba su implacable avance y Carbajal seguía impune e indiferente ante el horror de sus semejantes aunque estaba empezando a aburrirse así que planeó una velada especial para cambiar su rutina cotidiana.

Se hizo con la primera botella de tres Châteauneuf-du-Pape que mandó a pedir apenas se enteró de la crisis, horneó su merienda y puso en el sistema de audio La Valkiria, su obra favorita de Wagner.

Paladeó el vino con especial deleite, engulló su cena disfrutando de las trufas y el delicado gusto del filete Kobe y se dejó invadir por el ritmo vertiginoso de la ópera alemana; la Reina de las Valkirias estaba a punto de sufrir el castigo de su padre cuando todas las pantallas mostraron un mensaje entrante: Noticias Frescas. Un mensaje debía desplegarse inmediatamente a eso pero en su lugar la energía se cortó.

Carbajal maldijo por lo bajo y furioso se dirigió a la sala de control que indicaba que todas las funciones de la casa estaban operando con normalidad. Entonces ¿por qué diablos…?

Entonces escuchó el murmullo.

De inicio pensó que se trataba del sistema de audio que había sufrido alguna clase de corto circuito pero.. Eso de pronto le parecía absurdo.

El murmullo era ininteligible, como el de alguien que reza sin parar en voz baja pero él se encontraba completamente solo, no había modo en que alguien se colara en su refugio.

«Bah, debió ser la dilatación del metal del búnker, la tierra o mi imaginación», pensó sin darle importancia «mañana enviaré a alguien de la compañía a arreglar cualquiera que sea el desperfecto», se dijo como si aún tuviera algún control sobre los destinos de las personas que habían trabajado para él. Bien, ahora sólo debía irse a dormir y…

El murmullo se intensificó, ahora estaba claro que había alguien más con él… ¿pero cómo era posible?

Lejos del miedo, una ira casi asesina se hizo con él. Vociferó «¿Quién está invadiendo mis dominios?» Pero no obtuvo respuesta y en la oscuridad apenas podía distinguir nada. «¡Anda, responde de una buena vez, cobarde!»

Recorrió el búnker a ciegas y tropezándose con todo lo que le salía al paso mientras perseguía al murmullo que ahora estaba claro estaba jugando con él como si intentase guiarlo a algún lugar concreto del aislado refugio.

«¡Te mataré como al perro que eres en cuanto te ponga las manos encima!» Casi podía disfrutar la paliza que le daría al intruso cuando su reloj de péndulo anunció la medianoche con sonoras campanadas.

Una, dos, tres…

Aquel reloj era una magnifica pieza de fabricación inglesa del siglo XIX por el que había pagado una fortuna en Sotheby’s…

Cuatro, cinco, seis…

…si el intruso se atrevía siquiera a tocar su reloj o cualquier otro de sus valiosos tesoros…

Siete, ocho, nueve…

…¡únicamente él tenía derecho a estar en aquel búnker a salvo de la sucia enfermedad que estaba matando a todos los miserables que se encontraban arriba!…

Diez, once doce…

…Todos aquellos inmundos e inferiores seres se merecían perecer bajo La Muerte Roja.

Como una visión salida de la imaginación de un director de películas de terror, el ser que murmuraba era espantoso y repugnante, una presencia alta y flaca envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja; llevaba una máscara que se parecía de tal manera al semblante de los cadáveres que atestaban las calles que se sintió asqueado y por primera vez en mucho tiempo, el corazón le dio un vuelco al contemplar tan de cerca la imagen del mal que estaba acabando con el mundo.

«¡Revélate inmundo gusano, antes de que te mate!» Exigió intentando que su ira domase al repentino miedo que empezaba a surgir desde lo más profundo de su ser, sin embargo el intruso no se inmutó, permaneció plantado frente a Carbajal, murmurando.

Aquella actitud colmó el vaso, se abalanzó sobre la figura, le tomó por la mortaja y le zarandeó mientras gritaba «¡¿Qué diablos está diciendo?!»

Oh, ojalá no lo hubiese sabido.

Al estar tan cerca de aquel ser no sólo se llenó la nariz del pútrido aroma de la descomposición sino que logró distinguir la voz sin tiempo ni emoción de un espectro repitiendo una y otra vez: Él como los demás recibirá su castigo, por fin le he encontrado. Que Dios se apiade de su alma, igual que la de los demás. Su destino ha traspasado puertas y ventanas hasta las entrañas de la tierra. Que Dios se apiade de su alma.

Carbajal soltó la mortaja mientras profería un grito aterrado, buscó una manera de huir pero ahí estaba siempre la figura de la muerte, repitiendo una macabra oración que iba dirigida a él sin lugar a duda…

El terror era tal que apenas notó el sabor de la sangre inundando su boca y el dolor de su cuerpo sucumbiendo como tantos otros desgraciados a La Muerte Roja.

«Que Dios se apiade de su alma».

Creo que aún puedo sacarle jugo a esta historia así que digamos que esta es apenas la primera versión de algo que estoy segura puedo mejorar. Por ahora te dejo el link para una genial adaptación de la obra de Poe antes mencionada. Si también gustas de la obra de Lovecraft, este es un gran programa:

http://www.ivoox.com/la-mascara-muerte-roja-edgar-audios-mp3_rf_1265417_1.html

Y como espero sea mi costumbre, te dejo un singular deleite que encontró su inspiración en el miedo más profundo y primitivo del ser humano: La Muerte

La verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo que sólo representado en Egipto, libró a los Israelitas de las manos de los Egipcios, nos libre de la Peste, de la guerra, rayo, temblores y de todos nuestros enemigos. 

Invocación de la Edad Media.

– ¡Ayudadme!, ¡Oh, él ha caído!                                                                                                                                                                                                                                                                       -¿Pero qué es lo que le ocurre?… ¡Santa Virgen, ayudadnos!, ¡Venid, venid, venid! ¡Es la Peste, es la Peste! ¡Corred a refugiaros, corred a refugiaros!                         – Que Dios esté con vosotros y con vuestro espíritu. Cerrad puertas y ventanas, este es el castigo de Dios que con su mano os ha traído la Peste. Que Dios se apiade de nuestras almas. 

Traducción, Pestilencia de Haggard.

Deja un comentario