Los 52 Cuentos: La Carta

4 de Septiembre de 2014

Esta es la versión “ligera” de mi relato. De antemano me disculpo si hiero alguna susceptibilidad, en ningún momento pretendí insultar a alguien y más bien al contrario sería un honor generar un destello de consciencia.

Medidas desesperadas para tiempos desesperados ¿no? Ja, ja, ja, por todos los cielos, estoy escribiendo en un ticket… pero el camino pinta que va para largo así que creo que es mejor que aproveche el tiempo… Estoy en el Metro, vamos llegando a la estación Portales y la ira de Tláloc es abundante así que el regreso a casa me va a tomar un buen rato. Normalmente aprovecho el tiempo leyendo pero hoy no me apetece demasiado el libro en turno (Vittorio el Vampiro de Anne Rice… tan pulcro como los otros que casi resulta aburrido) así que ¿por qué no mejor escribo?

La historia que hoy nos reúne tuvo su inspiración en un viaje como el de este momento, en el Metro ¡Oh bendita Limosina Naranja! Cuánto te amo y cuánto te odio al mismo tiempo, es una ambigüedad que sólo los habitantes de esta mefítica ciudad alcanzamos a comprender del todo así que omitiré entrar en detalles instándote a que, si no eres uno de los sobrevivientes de la Capital Mexicana, experimentes en carne propia esta particular experiencia vial.

Sin duda todos podríamos hacer una larga lista de situaciones y personajes que odiamos del Metro pero para mí, todavía más que los retrasos, las fallas, los atascamientos que llegan a desafiar las leyes de la física e incluso que los Vagoneros (lacras que se suben a vender porquerías en el mejor de los casos si no van por ahí con bocinas portátiles que dejarían sordo a un elefante), lo peor son los niños.

Ah, sé que en un primer vistazo parezco una vieja cascarrabias pero permite que exponga mi punto.

Creo que al mundo de hoy en día simplemente le importa un carajo que los niños terminen por convertirse en algo peor que ganado, parásitos sin alma ni razón que pueden ser manipulados con un dedo. No es que no comprenda la naturaleza infantil, lo que me enferma es la antipatía de los padres que permiten que sus hijos se pudran sin tener la menor consideración por quienes tenemos que sufrir el escándalo que arman sus “angelitos” por no hablar de que les trae sin cuidado el destino, inteligencia y espíritu del mocoso que trajeron al mundo… Es como si esos engendritos ni siquiera fuesen capaces de comprender la tristeza y la alegría en su forma más elemental, la que todo ser vivo experimenta sin conceptualizar, pareciera que su existencia se limitara a pedir y armar un estruendo digno de dioses cuando no obtienen lo que quieren en el acto ¿y quién se molesta en mostrarles que con esa actitud no se logra nada? Nadie.

Y sólo para dejarlo claro, no es que de plano deteste a todos los niños, existen por lo menos tres niñas (Aisha, Esmeralda y Valentina) que tienen ganado en absoluto mi negro corazón.

Así pues, ya que no puedo hacer nada más que desquitarme con palabras, te dejo La Carta:

“Aquella mujer con el cabello teñido de un rubio absolutamente contra natura moqueaba y gimoteaba de la manera más miserable, ni siquiera había reparado en la caja de pañuelos de papel que el repugnado detective le había extendido a través de la fría mesa de interrogatorios. Aquel cuarto a medias iluminado siempre le había parecido deprimente pero teniendo a aquella mujer de frente, sólo pensaba en salir corriendo de ahí y encerrar de una maldita vez a aquella desgraciada.

En fin, no había más remedio que seguir.

El caso era simple: un niño de dos años desaparecido y la principal sospechosa era la propia madre que por la mañana había sido encontrada gritando a pleno pulmón afuera del miserable cuarto que habitaban ella y sus otros cuatro hijos. La mujer alegaba que por la noche ella misma había acostado al chiquillo y por la mañana no había más rastro de él que un jirón del pijama que llevaba y unas cuantas gotitas de sangre junto a lo que la madre juraba era una carta del supuesto secuestrador dirigida a ella. Sin embargo, ni ella, ni los niños, ni ningún vecino había visto nada raro ni escuchado nada, había sido una noche súmamente tranquila.

Pero cuando los agentes llegaron para controlar a la mujer que vociferaba en un ataque de nervios que alguien había asesinado a su hijo mientras sostenía la carta que parecía confesar el crimen, tuvieron que administrarle sedantes antes de poder contenerla y llevarla al Ministerio a declarar.

Habían metido la carta en una bolsa de plástico para conservar la evidencia pero estaba tan arrugada y húmeda por el sudor nervioso de la mujer que no encontrarían nada útil.

Estaba empezando a dolerle la cabeza, sería mejor terminar de una vez.

Hizo otra vez todo el interrogatorio: ¿Cuándo fue la última vez que vio al niño?, ¿cómo era el pijama que llevaba?, ¿había sido forzada alguna puerta o ventana?, ¿había sido robado algún objeto de la vivienda?, ¿había escuchado o visto algo fuera de lo común?… Pero la mujer respondía siempre igual, a primera vista parecía un rapto aunque…

Finalmente, harto de no obtener nada y deseoso de salir de aquel cuarto corriendo hacia su casa, pidió que los oficiales se llevaran a la mujer de regreso a los separos hasta que su abogado consiguiera algo por ella. Ojalá no tuviese que volver a verla y sentir que el estómago se le revolvía.

En buena medida, aquella repulsión se debía al contenido de la carta que, por un lado resultaba cruel por decir menos y por otro enigmática pues ¿quién la habría escrito? En definitiva no la mujer que había tenido enfrente todo el día ¿pero entonces debía creer en su contenido? No lograba decidirse.

Mientras recogía sus cosas disponiéndose a abandonar la sala, releyó la carta de nuevo por mera curiosidad, había algo en aquellas palabras con lo que simpatizaba:

En realidad esto es culpa tuya…

No te conozco ni me importa, no eres más que otra patética criatura que deambula por el mismo espacio que yo día a día. Para mí, no eres más que otra fuente de alimento, una pieza de ganado más.

Pero esta mañana te has equivocado… y desearás no haberlo hecho.

Dudo que tu obtuso intelecto comprenda lo que estoy a punto de revelarte pero lo hago siguiendo mi vocación docente; quiero que sepas lo que hice, quiero que te desesperes, quiero que lo compartas y que todo el mundo te tome por demente. Nadie va a creerte.

Verás, esta es una época dorada para mí y para las de mi estirpe. Ya no hay lugar para los cuentos de hadas y las criaturas que en ellos aparecen en la mente de los humanos así que ninguno de ustedes nos reconocería hasta que fuese demasiado tarde.

Somos abuelas, madres e hijas, amamos y odiamos con intensidad, igual que ustedes.

Participamos en el cotidiano ir y venir de la vida, disfrutamos del sol y la luna al mismo tiempo… Sin embargo nuestras diferencias son irreconciliables y, entre otras tantas, está la de obtener la vida a través de su sangre.

Ah ¿alguna vez escuchaste eso que llaman patrañas de vieja? Si hiciesen más caso a sus sabias ancianas, probablemente podrían detener a algunas de nosotras. ¿Acaso te advirtieron que nunca despegaras la vista de un recién nacido y de hacerlo debías dejar un par de tijeras abiertas en la habitación? Las ancianas decían que eso ahuyentaba a las Brujas ¿verdad?… Y lo hace, con algunas. A mí me da igual pero no todas son inmunes al hierro o a las cruces.

Así es, te metiste que con la Bruja equivocada.

Oh, pero permíteme adivinar ¿no tienes idea de lo que hiciste?

Me imagino el ceño en tu frente deformando tu rostro y tu mirada que de inmediato delatan que eres apenas más inteligente que un mono de feria.

La mayoría de ustedes, insensibles, groseras, patéticas y repugnantes criaturas lo son.

No obstante lo agradezco, si mostraran mayores signos de amabilidad, sagacidad o empatía, dudaría más de mí al hacer lo que la naturaleza me exige: alimentarme de ustedes.

Todavía no comprendes ¿verdad?

Habitar esta ciudad no es fácil, transportarse en lo que sea tampoco… Yo elijo el Metro pues es rápido y no contribuyo más a que el aire se convierta en una asquerosa y letal nata gris, pero a cambio tengo que soportar el verme convertida en sardina y viajar rodeada del olor a ganado. Puedo sobrellevar eso. Oh, pero de tanto en tanto llega una estúpida como tú con su monstruo en brazos y el viaje se convierte en un tormento.

Verás, esta mañana entraste a empujones al vagón, insultando a todo aquel que tuviese la desgracia de atravesarse en tu camino, te hiciste con dos asientos, uno para que tú viajases cómoda y otro para que tu engendro berrease a su antojo; en ningún momento te importó que ahí hubiese ancianas con las piernas doloridas y la cadera frágil…

Hasta ahí sólo pensé en retorcerte el cuello en un “desafortunado incidente” en las escaleras de la estación en la que decidieses bajar. Jamás pensaría en tomarte como alimento, seguramente tu sabor es tan repugnante como tu actitud.

Entonces tu hijo empezó a soltar alaridos más propios de un demonio que de un niño; pataleó, lloriqueó, se tiró de la ropa y del cabello, volvió a gritar, te golpeó a ti y a la desafortunada persona que viajaba a su lado ¿y tú? Sentada e indiferente, echada como una morsa.

No imaginas cuánto tuve que contenerme para no asesinar a ambos ahí mismo… Pero no, a diferencia tuya, yo sé comportarme a la altura de mi dignidad.

Te seguí todo el día, observé tus lerdos movimientos uno a uno; vi cómo te atragantabas con grasa que ni las ratas tocan, te vi holgazanear durante el tiempo que le dedicas a eso que tú llamas trabajo, te vi convivir con otros seres tan bajos como tú, incluso te vi mientras te inyectabas alguna clase de porquería sintética en una de las venas de tu brazo… ¿Pero tu hijo? El mocoso jamás te importó, no le prestaste la menor atención.

Oh, pero puedo asegurarte que mientras lees esto no dejas de pensar en él.

¿Que qué le he hecho? Bueno, realmente no fue la gran cosa, sólo tuve que esperar a que regresaras a la pocilga que habitas y te echaras a dormir. Las de mi clase tenemos nuestras formas de entrar a donde queramos sin ser notadas. Observé a tus cinco hijos ¡cinco deliciosos niños dispuestos a mi merced! Pero el más joven, tu monstruito era el único que me interesaba.

Lo saqué de la cuna y cuando se despertó y el bastardo se disponía a berrear, hice lo que tú debiste hacer hacía mucho, lo golpeé tan fuerte que volvió a quedarse dormido el angelito. Lo bañé pues tú, cretina desobligada, no lo lavabas en días. Una vez limpio, mientras empezaba a recobrar la consciencia, me di un festín con él. Te aseguro que estaba delicioso.

Fue sublime.

¿A dónde crees que fueron a parar sus rabietas?, ¿Acaso crees en el cielo… o en el infierno?

Finalmente eso qué importa, los hechos son simples: Me lo comí enterito, nosotras no desperdiciamos nada y digerimos los huesos sin problema. Me he limpiado la boca y las manos con los harapos que llevaba por ropa… pero no quise que me tomaras por un ser sin corazón, te he dejado un trocito para que siempre lo recuerdes.

Todavía no me he decidido pero te agradecería que te hicieras cargo de los otros cuatro pues cualquier noche de estas regresaré a por ellos y no quisiera tener que bañarles haciendo lo que tú debiste.

En verdad te metiste con la Bruja equivocada…

Hasta pronto, querida.

Se sorprendió sonriendo aunque se reprendió por hacerlo.

“Bah, no son más que patrañas para asustar ignorantes”, se dijo mientras apagaba las tenues luces de la sala… Aunque para ser honesto consigo mismo, si todo aquello fuese cierto, se pondría del lado de la Bruja.

Fin.

En nuestro país, especialmente al sur, existen muchos relatos que hablan de seres como los que refiero en mi relato. En este Podcast, aunque cortito, resume bien el concepto. Como siempre te lo dejo para incentivar tu imaginación:

http://www.ivoox.com/monstruos-leyendas-mexico-19-09-14-radio-estudiantil-audios-mp3_rf_3514121_1.html

Y en esta misma línea de ideas, no podría haber otro soundtrack que este para mi relato. Probablemente no sea la versión más «ortodoxa» pero a mí me gusta mucho ¿tú qué opinas?

Que Dios esté contigo y te bendiga,

que veas a los hijos de tus hijos,

que seas pobre en infortunios

y rico en bendiciones.

Que a partir de este día sólo conozcas la felicidad. 

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